Residencia a los extranjeros que compren una vivienda

Una interesante propuesta la que el Excmo. Sr. D. Mariano Rajoy ha hecho pública hoy respecto de la concesión de la residencia a los extranjeros que adquieran una vivienda cuyo coste exceda de los 160.000 euros.

Uno podría pensar que es una medida positiva porque servirá de imán para los extranjeros que se encuentran irregularmente en España y también para los jubilados europeos que podrían decidir quedarse a residir en nuestro país.

Pero yo quisiera plantear tres cuestiones:

a) ¿No discrimina a los extranjeros que podrían residir en nuestro país con un contrato de trabajo y eventualmente comprar una casa con el fruto de este trabajo frente a los que tienen el capital necesario para conseguir así la residencia?

b) ¿Cuántos irregulares pueden permitirse invertir 160.000 euros en una vivienda, especialmente ahora que ni con una nómina y un aval un banco te concede un préstamo?

c) ¿Cuánta picaresca se va a generar en torno a esta medida, con prestamistas que aportan el capital al extranjero inversor para que compre la vivienda y luego tendrá que ponerla en prenda hasta pagar el préstamo y los intereses?

Me asusta pensar que estas propuestas son lo único que podemos esperar de este Gobierno. Ya sabemos que del Gobierno anterior no cabía esperar nada que valiera la pena, pero ¿de éste tampoco?

Yo, en cambio, concedería ayudas fiscales – reducción temporal de impuestos, exención de parte del pago de las cuotas sociales – a los empresarios que contrataran trabajadores de los grupos especialmente sensibles a la crisis – jóvenes, discapacitados, mujeres, mayores de 50 años. Atraería capital extranjero también con incentivos fiscales no permanentes para que invirtieran en nuestro país, fomentaría la innovación y la creación de nuevas tecnologías con capital mixto – público y privado – y definitivamente, descargaría de políticos y zánganos simbióticos a todas las instituciones públicas.

Yo intentaría además modificar algo de la «cultura popular» en relación con el trabajo; movería los festivos al lunes o viernes más próximo y adelgazaría de fiestas nuestros calendarios, haría turnos flexibles en las empresas y fábricas en la medida de lo posible, de modo que unos pudieran entrar a las 7 de la mañana y salir a las 2 de la tarde y otros entrar a las 10 y salir a las 6 de la tarde (con una hora en medio para comer), por ejemplo – trabajando siete horas pero de verdad, sin saliditas de 10 minutos a la calle a fumar varias veces durante la jornada y eso sí, a la hora de terminar, hacerlo.

He vivido en Inglaterra y en EEUU varios años y allí lo habitual es trabajar en serio las siete horas y a las cinco y media, por ejemplo, dar por terminada la jornada, guardarlo todo y desaparecer en cinco minutos. Y la productividad es mucho mayor que la nuestra, trabajando menos horas. ¿No sería una maravilla poder salir del trabajo a la hora de cumplimiento de horario y no dos o tres horas después?

Sé que esto no se hace de inmediato, pero habría que empezar en algún momento. No se trata de abandonar nuestras «buenas costumbres»: las tapas, la vida social, pero sí de olvidar las «malas costumbres» que son como una carga que impiden que podamos desarrollarnos en condiciones. Y claro, entre las malas costumbres incluyo a los políticos que nos ha tocado sufrir, de uno y otro partido.

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