La subvención del servicio de bar del Congreso ascenderá a 3.000 euros por diputado.


Leo la noticia de El confidencial esta mañana: http://www.elconfidencial.com/espana/2013/05/28/la-mesa-del-congreso-subvenciona-el-gintonic-a-senorias-e-invitados-solo-costara-345-euros–121824/

Con las debidas cautelas porque no siempre lo que los periodistas relatan es lo que ocurre ya que a veces se les escapan matices que hacen que la realidad sea otra, sólo puedo decir que no me sorprende en absoluto lo que acabo de leer.

Los ciudadanos «diputados y diputadas», como dicen los que no saben hablar correctamente, tienen precios subvencionados en la cafetería del Congreso, fijados ya hasta 2015.

Si el dato fuera éste, lo único que podría decir en principio es que el equipo financiero del Congreso ha hecho un buen trabajo al imponer un precio de venta muy atractivo para el refrigerio de sus Señorías. Es una relativa competencia desleal con los bares y restaurantes de la zona, pero cada uno es libre de poner sus precios.

Pero me han llamado la atención dos frases de la noticia: «La diferencia con el precio real se cubrirá con los fondos públicos» y «La subvención del servicio de bar ascenderá a 3.000 euros por diputado cada año«.

Teniendo en cuenta que acuden al Congreso unos cinco meses del año y asumiendo 20 días «laborables» por mes, estamos pagando de nuestros bolsillos el equivalente a 30 euros por día a cada uno de nuestros consumidores políticos para su esparcimiento y refrigerio en la cafetería del Congreso. No me parece bien, aunque evidentemente a ellos les parece perfecto.

Si ser diputado fuera una vocación y no un oficio, si sus Señorías lo hicieran de forma altruista por el bien de todos, si hubieran perdido poder adquisitivo al dedicarse a legislar, hasta lo entendería, aunque en lo relativo a la comida, no a la bebida.

Pero me dicen que la mayoría de nuestros diputados no ha trabajado en su vida (no quiero decir que «ellos y ellas» no trabajen, aunque a mí me de esa impresión, me refiero a trabajo como el de los demás, en una empresa pública o privada) y sus emolumentos no son precisamente los de un mileurista. En estas condiciones, me molesta tener que subvencionarles las copas (o «combinados de alcohol» como se pone de moda llamarlos, después de MAR) a sus Señorías. 

Estos chavaletes están en lo suyo mientras aquí se sufre para salir adelante. En fin, más de lo mismo. Como decía, no me sorprende. Al viejo refrán: No están todos los que son, pero son todos los que están.