Uno se plantea todos los días que vivir en sociedad implica estar sujeto a restricciones constantes.
No podemos salir en pelotas por la calle bailando una sardana. Bueno, podemos hacerlo pero suele salir costoso.
No podemos pescar sin permiso, conducir sin permiso, comprar alcohol después de las 9 de la noche (en Andalucía), salir de casa después de las 10 de la noche por el toque de queda coyuntural, lanzar macetas a la acera desde el ático o escuchar música a 140 decibelios en casa.
No podemos decirle al jefe/jefa lo que pensamos de su imbecilidad manifiesta, ni decirle a la pareja que friegue ella cuando nos lo ha pedido -ordenado- a nosotros.
Todo son normas de convivencia o de respeto a los convivientes.
Pero la libertad se vive en la mente. No tiene barreras, no hay imposiciones, no existen límites ni controles.
¡Haz que estalle!
Vive esa libertad, la de imaginarse lo que quieres ser, la de fantasear con haberlo logrado y sentir el placer del éxito y después, lucha por conseguirlo.
La libertad de la mente es inmune a las presiones, a los impuestos (hasta que algún listo diseñe un impuesto sobre los pensamientos, claro), a los drenadores de energía, a los disgustos, porque permite salirse de esa situación y viajar a los pozos de recarga de autoestima, de energía y de gusto por la vida.
Adelante, ¡a volar con la mente!
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