Two in distress makes sorrow less – Desgracia compartida, menos sentida

Brexit! Brexit! Brexit!

Los británicos tienen todo el derecho de abandonar la Unión Europea (UE), esto es indudable. Así lo decidieron y así va a ocurrir en pocos días.

Personalmente lo veo como un error con consecuencias negativas para ellos y para nosotros, pero ¡cómo no! respeto su decisión y espero que algún día en el futuro la reconsideren.

Lo que me cuesta digerir, sin embargo, es el coste tan tremendo que esa decisión impone a británicos y a ciudadanos de la UE.

No me refiero únicamente al baile de aranceles, derechos de pesaca, adaptación de productos y servicios a dobles homologaciones o mucha más burocracia.

Incluyo en este coste el que llevamos pagando desde que comenzaron las conversaciones sobre los detalles de la partida. Los cientos de viajes, estancias en hoteles de lujo, almuerzos, comidas y cenas pagadas por todos a unos pocos, sus sueldos y prebendas, coches, conductores y escoltas, extras de todos estos años de discusiones. Los negociadores principales y sus equipos, los expertos independientes en los que se están apoyando para cada tema, los abogados y secretarios contratados para ello.

(Leánse todos los géneros posibles cuando uso el término genérico masculino o femenino, según corresponda, para simplificar el texto, excepto cuando en el siguiente párrafo hablo de «china», que solo busco aplicar en femenino tomando la primera definición de esta palabra por la Real Academia de la Lengua)

Sé que este coste es el chocolate del loro, una ínfima parte del que vamos a asumir con el nuevo escenario, pero me incomoda como si fuera una minúscula china dentro del zapato.

Ignoro si podría haber habido otras alternativas para no tener que consumir estos cientos de millones de euros en discutir sobre la manera y pormenores de la separación del Reino Unido. También desconozco si la UE facturará estos gastos al Reino Unido o estarán incluidos en los acuerdos de separación. Me encantaría que así fuera y me gustaría que alguien me lo confirmara.

Porque por más que me quito el zapato y lo agito, la china sigue ahí, molesta e incómoda.

Tendré que cambiar de zapatos y cuando podamos, volver a mi querida Escocia a tomarme unas pintas con mis amigos-hermanos de Kilsyth, conNeil y Jim, entre muchos otros.

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