Hoy toca juerga en el Congreso de los Diputados: habemus debatem.
Los insignes próceres de la nación se medirán en el Congreso y se echarán los perros el uno al otro durante buena parte del día mientras el común de los ciudadanos los contempla como una rara avis, estos chavales que han perdido toda conexión con la ciudadanía y que se dedican a sus cositas en el parlamento para justificar las prebendas con las que les obsequiamos. Pero pienso que la mayoría de nosotros simplemente los vamos a ignorar por completo; al menos mientras actúan en el Congreso no nos incordian a los demás.
Muchos opinamos que estos debates no sirven para nada de puertas afuera; tampoco de puertas adentro, la verdad, porque ya sabemos que tienen licencia para insultarse pero después se pelean en la cafetería del Congreso para pagarse los cafés y los bollitos, que un debate cansa y hay que reponer fuerzas antes de la racioncilla de gambas y las cañitas en el restaurante cercano cuando sea el mediodía, que hoy te pago yo y mañana tú a mí. Y ¡hombre, no me llames mentiroso así a lo bruto; di que soy inveraz, o que no sé lo que digo, o que estoy confundido, pero lo de mentiroso o embustero es un poco fuerte, Alfredo, que cuando yo me meto contigo sólo te digo que eres un incapaz, no que eres imbécil. ¿Qué, otra cañita?